Algunos grifos se representan con orejas puntiagudas en la cabeza o plumas en la cola. De acuerdo a los mitos, es ocho veces más grande y fuerte que un león común y no es raro que se lleve a un jinete con su caballo, o a un par de bueyes, que entran en sus patas. Con sus garras se fabrican copas para beber, y con sus costillas arcos para tirar flechas.
El grifo, que tiene su origen en el antiguo Oriente Medio y era conocido en Egipto en tiempos remotos, se asocia en el caso de Grecia a la figura de Apolo, que pasaba sus inviernos con los Hiperbóreos, una raza que se creía que vivía en la parte más septentrional de Europa. Los griegos situaban a los grifos allí, donde, según la historia, guardaban una gran cantidad de oro. Se supone que fue Arimaspen, personaje con un solo ojo, quien les robó todo lo que tenían.
Los romanos no asociaban al grifo con Apolo, sino con Némesis, la diosa de la venganza. El significado mitológico del grifo no era demasiado importante en ninguna de las dos culturas, pero la criatura se convirtió en un tema favorito en el mundo del arte. Los grifos decoran las paredes de la sala del trono del palacio de Knossos en Creta, que data del 1700 a.C. aproximadamente. Es el palacio que se supone perteneció al rey Minos, personaje que se mueve entre la mitología y la realidad. El grifo ha permanecido desde entonces en la temática artística, tanto en el mundo griego, como en el mundo romano y hasta nuestros días.
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